CRUDO (2016) de Julia Ducournau

“De cómo descubrir la sexualidad en la insípida neutralidad belga”
Cuando un amante del cine de género, en este caso del gore, se enfrenta -virgen- a un film que pretende abordar la antropofagia, no puede sino recordar con nostalgia aquellos maravillosos mondos de Lenzi, Deodato y toda la troupe del espagueti con alias. Auspiciados por el endeble paraguas ideológico del movimiento hippie, estos maestros de la casquería nos enseñaron, con todo lujo de detalles, como ingerir carne de nini de los setenta. Todo un gusto para los sentidos pero poco más, nada nuevo bajo el sol. Nada nuevo hasta hoy, hasta la decisión de Julia Ducournau de reabrir el chiringuito de la víscera estilo “Food truck”.
Del mismo modo que David Robert Mitchell utilizó el “Slasher” como vehículo para hablar del despertar sexual en “It Follows”, la autora que nos ocupa se ha servido del “Cannibale” para hacernos comprender lo espinoso de crecer, de forjar tu identidad en un país impersonal y atrincherado en sí mismo como Bélgica. Ducournau nos muestra a una Justine, quizás la de “los infortunios de la virtud” de Sade, recién salida del plató de “Spring Breakers”, en modo viaje iniciático, mutando a vampira, con ganas de comerse el mundo (literalmente, claro está).
Sólo cabe rebobinar hasta ese bocado de juventud que se nos fue por el otro lado, ese menú de sudor, carne y pelambre, para darnos cuenta que lo extraño del personaje interpretado por Garance Marillier no lo es tanto. Al fin y al cabo, el que más y el que menos ha querido “comer lengua” a su edad y se ha llevado más de un chasco.
Con esto, el cebo de la sangre no es sino el camino para la conquista de la carne. Un camino perfectamente lógico dentro lo ilógico de un relato que, a pesar de su final, se erige como digna tercera pata de este proceso de reciclado genérico puesto en marcha por el propio Mitchell y Winding Refn (“The Neon Demon” mediante).