THE LOVE WITCH (2016) de Anna Biller

“Amaba a los hombres… a muerte”
Lo reconozco, cuando vi el cartel de “The Love Witch” me enamoré. Fue un flechado a primera vista, de esos que dejan huella. Mi mente regresó a la época, casi antediluviana para mí, de carteles como el de “El horror de Frankestein” (Jimmy Sangster, 1970) o “La noche de Walpurgis” (Leon Klimovsky, 1970). Con esa fuerza en los trazos, en el color y en la forma, algo que por otra parte se ha ido perdiendo con el tiempo. Y ahí estaba yo, delante del cartel, petrificado por la potencia de la imagen de Elaine, (Samantha Robinson) con las manos ensangrentadas y rictus impertérrito. El efecto en mi nostálgica mente fue inmediato, su directora, Anna Biller, había logrado a un golpe de vista transmitir e inducir mucho más de lo que otros carteles intentan sin éxito: un recuerdo al cine de los 70, una mirada al terror romántico y la sutileza de una historia a la antigua usanza, sin ordenadores ni tridimensionalidades banales. Con todo ello consigue generar en el espectador la pasión y las ganas de volver a ver algo rodado como antes, con esa magia que parecer haber perdido el cine entre CGI y superhéroes. Cine de verdad, de cartón piedra y laca, mucha laca. Anna Biller hace con este metraje un ejercicio de reconciliación con el cine que nos precedió, con el que nos enseñó y forjó nuestra mirada crítica y fascinada. En la pantalla está la fuerza del tecnicolor, de los primeros planos directos a los ojos, buscando en ellos intriga o maldad, de los roles de género bien marcados en sus personajes. En lo formal está todo, pero se debilita en el guion, que peca de lento y arrastrado, que desea impresionar, pero no lo consigue. Sorprende que Biller se haya clonado para poder encargarse del guion, la dirección, la edición, la producción, la banda sonora, el vestuario y el atrezzo. La película es suya por completo, y no deja nada al azar, no da una puntada sin hilo en este homenaje a un tipo de cine que desapareció. Ella no duda en usar los recursos del cine de los 70, incluso rueda el 35mm, una temeridad solo al alcance de los apasionados, de los que se entregan a un proyecto, aun sabiendo los inconvenientes del mismo.
Porque, no nos engañemos, el film no deja de ser un ejercicio de meticulosa artesanía, llena de gotas de nostalgia y purpurina. La directora no tiene reparo en mostrar las cartas, su mano es muy buena, está llena de admiración, cualquiera volvería la mirada para dejarse seducir por la propuesta, por ese regreso al croma en las escenas de conducción, a las pelucas, a los agentes de mentón grueso y a los decorados que pretenden eso, ser decorados. El inicio no puede ser más esperanzador, música de la época, fotografía que nos hace pensar en cualquier película de terror barato de los 70 y ella, una mujer misteriosa, guapa a rabiar, un cliché de la moda setentera. La bruja piruja que condena a los hombres ante su poder. Una chica que ha perdido la fe en el amor, y que busca, con morbosos actos de iniciación al satanismo “brujeril”, conocer los secretos de la magia para capturar el amor de un hombre, para lograr el verdadero amor, el que sueña gracias a los cuentos de hadas que narcotizaron su mente. Cuando el amor se escapa de su vida, su inocente rostro se transforma en el del ángel de la muerte, un ángel sereno que inmisericorde olvida a sus turbados amantes. En el film conviven las brujas y el satanismo con la sociedad civil, que parecen vivir en los años de Nixon, aunque utilizan móviles. Es ahí donde Biller me sorprende más y me demuestra que todo es una gran crítica, una befa contra lo establecido: y en primer lugar, lo primero de lo que se ríe es de la forma unívoca de hacer cine en éste nuestro siglo, dejando claro que se puede rodar sin ínfulas, que se puede contar una historia como antes sin que el mundo se hunda. Nos muestra que puede existir más de una forma, a parte de la imperante actual, de rodar.
La crítica más grande es al amor verdadero, con esos amantes que fallecen por exceso de amor, algo a lo que los hombres no están acostumbrados. Porque ya nos lo dice la directora en éste cuento siniestro y tremendamente desesperanzador: “Los hombres no estamos preparados para sentir amor”. El amor romántico queda retratado y defenestrado, un príncipe y una princesa, un caballo y una boda con juglar incluido. ¿Qué le pasa a esta sociedad que necesita del pasado para reafirmar el presente? El presente de los móviles o del miedo a lo desconocido. La brujería ayuda a Elaine a conseguir hombres que se derritan por sus huesos y su sinuoso cuerpo, las pócimas son parte del ritual de apareamiento, un ungüento mágico para despertar la conciencia masculina al amor, a la fidelidad o al horror. Pero nuestra protagonista, que al cabo de una hora se transforma en un ser aburrido y sin profundidad argumental, es una asesina, una asesina del amor. Se inicia como todas las hippies psicodélicas de la época, con un ritual con togas, sexo con el líder y alguna vela. Biller se ríe pues de Manson y su Familia, de la ignorancia de los que buscan, con desesperada ansiedad, algo que les es negado, en el caso Elaine: el amor incondicional de un hombre. Con ello vuelve a criticar una época y un modo de lograr el amor. Pero los hechizos no siempre funcionan y el amor puede llegar a matar a la gente. El exceso de amor, con poemas insufribles, postales y llamadas alocadas al teléfono, puede concluir con el ataque al corazón de un desvergonzado profesor de literatura inglesa o con el suicidio, cuchilla y bañera de por medio, de un hombre infelizmente casado. Nada, ni nadie se resisten a la víbora capaz de depredar a cualquiera por el amor, ese amor que maneja a su antojo con su magia y sus eternos ojos pintados de verde. Esa mirada que mata a los hombres con solo cruzarse con ellos. Por último, Biller se ríe del espacio tiempo, introduce lo que le da la gana en el momento que quiere: un tampón o un móvil son parte de la vida cotidiana de esa gente que todavía deberían estar escandalizados por el “Watergate”.
Al final el amor no vence, sino que muere, termina con una daga clavada en el pecho intentando asesinar la realidad, porque Elaine vive en una eterna fantasía, esa fantasía que nos han vendido de forma torticera los que nos hablaban del príncipe azul y la dama en peligro. La joven bruja, solo es bruja para alcanzar su sueño: el amor verdadero, todo lo demás le sobra. Como he dicho, la película aburre, te deja en un estado somnoliento, pese a la floritura o el intento inútil y efectista del apartado técnico, al final los diálogos, que intentan reproducir el ritmo del cine de aquellos años, se chocan de lleno con la frescura de los diálogos actuales. Biller se acomoda en su sillón con un exceso de confianza en que con la nostalgia vale. Por desgracia con eso ya no vale, necesitamos más, necesitamos un cine que nos cuente algo que nos emocione o nos cabree, y que no nos haga ser condescendientes con la historia sólo porque nos recuerde a un momento muy preciso del cine que ya, sencillamente, no existe. Y aquí, por desgracia, no funciona. Quizás no debería haberse encargado la directora de todo, pues es demasiado trabajo y puede provocar poca objetividad en el resultado final. Un intento fallido.
Nuestra calificación: (3/5)