EL MOVIMIENTO (2015) de Benjamín Naishat

“Pasito a pasito, suave suavecito”
“1835. Argentina. Anarquía. Peste”, con este intertítulo abre Benjamín su segunda y extraña -no por compleja- obra, una fábula que vive donde viven las fábulas, en la “pampa” de las ideas, en el lodo de la metáfora. Un lugar que no entiende el idioma del aquí y ahora a pesar de los pesares decimonónicos de la propuesta. Con esto, “El movimiento” se lee en blanco y negro, en cuatro tercios, con música electrónica (ahí se le ve el plumero gafapastil a Naishat) y en hora y cinco minutejos (sensación térmica de “Shoha”). La guinda viene ahora. Para rematar este “all in” bizarro y vacío -véase “vazarro”-, el autor edita su cuento con capital argentino y surcoreano, ‘no te digo na y te lo digo to’.
“El movimiento” juega las cartas del relato vampírico clásico, el de Murnau y Max Schreck, el del mundo al revés, de la palabra y la pulsión, individuo y naturaleza, el del bubón moral y el bubón físico. Benjamín arma su belén particular, el nacimiento de su nación (no la de Griffith, claro está), con guanches pequeños, perdidos en la inmensidad de la Patagonia, pives en pugna con el medio, rapaces -como el conde Orlok- ávidas de carroña labriega. Arquetipos, de este modo, representativos no sólo del contructo argentino ideado por Naishat, sino de toda sociedad cimentada en la charlatanería y podredumbre ética (¿Y eso? ¿Es el graznar de una gaviota?).
Por desgracia, el armazón visual -aunque no lo parezca- desluce la potencia de la moraleja del texto. Un escrito con tanta fuerza no requiere del empleo de adornos en el formato (postureo nostálgico-analógico), cortes a negro absurdos al ritmo de un Primavera Sound cualquiera o planos al hombro tan característicos de ese cine silente al que el autor pretende homenajear -modo ironía on-. En este caso, eso de cuanto más azúcar más dulce como que no.
Nuestra calificación: (2/5)
“Step by step, soft, softly”