IMAGINARY (2024) de Jeff Wadlow
“Bienvenido al miedo más allá de tu imaginación”
Con Blumhouse hay siempre certezas: factura técnica sobresaliente y decorados asfixiantes que le sacan el mayor rendimiento a una narrativa original cuyos ingredientes rompen en un tercer acto que es pura sinestesia.
Pocas cosas suscitan más congojas que un “Bienvenido al miedo”, ¿no? Así que el tagline ya promete. Pero, claro, nos encontramos ante una producción de Blumhouse, por lo que ya teníamos una idea de cómo era posible que se nos erizarse el vello. Y si a eso sumas el dispositivo de entrada en el pase para que no grabemos nada por casualidad, todo se acentúa. Todo suma. Seguimos con ingredientes clásicos de un mejunje maléfico perfecto: niños (y traumas). Y peluches malévolos –en algún momento de mi vida podré olvidar ese payaso tarado debajo de la cama de “Poltergeist” (la de 1982, claro)–. Seguimos con el barómetro. Volver a la casa de la infancia. Basta ya, Jason Blum. Me rindo. Mis peores demonios están allí. Sin duda.
A estas alturas de la película —de la filmografía, más bien— tenemos ciertas certezas de las cintas que firma esta casa: la factura técnica y la elección de los decorados no solo va a ser sobresaliente, sino que van a sacarle el mayor rendimiento, ya no en la narrativa, sino en la sinestesia más genuina. Experimentarás detalles que creías tener bajo control. Así suelen jugar ellos.
Sí, es cierto que acudiremos a clichés, porque el terror se esconde tras el hábito. Lo común que se vuelve desconocido. Aquí seguimos a Jessica, una creadora de historias para niños (que no es madre y ayuda en el cuidado de los hijos de su pareja) que ha agarrado sus demonios infantiles para auparse en el mundo laboral. Es la forma más inteligente de sobrevivir. Pero, claro, está transitando una etapa desmotivadora. Es lo que terminará dando lugar a una metáfora sobre los tiempos que se quedan nuestros demonios con nosotros (que se lo digan a Tim Burton).
También habrá tiempo para ahondar en el origen de las cicatrices, y cómo éstas son claves para recordar porqué sentimos miedo —que, por otra parte, siempre tiene hambre (aunque sea venga representado por un osito de peluche)—.
Los creadores de “Imaginary” se atreven, cómo no, con un recordatorio que bombea a lo largo del film: lo que realmente amamos tiene que quedarse con nosotras, sin importar la manera. Tal vez el recuerdo sea igual de válido que la presencia. Pero el dolor también conecta. Con otros, contigo mismo. Deambular por senderos inhóspitos —llámense laberintos interminables de imaginación— solo para encontrarle sentido al arte mismo de existir. A pesar de que sea a través del mal. Y es que algunas etapas se pasan, se superan, otras se agarran como un clavo ardiendo a nuestro magín y terminan anidando.
El recorrido a uno mismo tiene ecos de Alicia —en el país de las pesadillas—. La propia niña se llama así. Y, pese a que son los niños los que han de acabar con sus terrores, los padres siempre estarán dispuestos a hacerlo todo por sus retoños. Sin excepción.
Me aporta la inclusión de la sororidad entre tres generaciones que no rechina. Me parece muy afín a una historia que se cuenta en estos días de tanta confusión.
Y ya para finalizar, me quedo con alguna que otra lección aprendida tras el visionado: hay cosas que hay que dejar que ardan y, por tanto, purifiquen.
Y la que más terminará sirviéndome: la imaginación se combate con imaginación. Y el miedo… mirándolo a los ojos.
Nuestra calificación: (4/5)