LA ISLA DE LAS MENTIRAS (2020) de Paula Cons

“Cuando no tienes que hablar, bien que hablas; y cuando tienes que hablar, ¡ni ‘mú’ dices!”
1921. Se dice que no se tiene constancia del coloquialmente denominado “El Titanic gallego” porque un rumor ensució la labor de estas increíbles mujeres que no dudaron en lanzarse al agua para salvar a algunos de los náufragos.
Se parte de la premisa de que lo que se pretende ocultar por alguna razón es en sí algo interesante. Además, la directora insiste en que lo que realmente llama la atención de este proyecto es que ella “no rescata realmente lo que ocurrió, pero sí despierta el interés por conocer lo que sucedió”.
El naufragio es únicamente el inicio. En un momento en el que la isla se encontraba “sin hombres”, tres mujeres no dudaron en lanzarse a la deriva durante horas para salvar a quienes pudieron. Sin embargo, el coraje de aquellas isleñas -ese mismo que según los libros de la época era prácticamente inexistente en las féminas-, no fue suficiente para todo lo que se les vino encima tras la proeza.
Se plantea esa diatriba: alguien desagradable puede salvar a 48 personas y alguien que es un salvador puede ser una mala persona. Más aún, homenajear a alguien por algo que habría de ser su labor es incómodo, porque estamos dándonos cuenta de que no tendría por qué ser normal. A ello habría que sumar cuestiones como el analfabetismo y las intencionalidades, el heroísmo y sus sombras. Un tema en el que no deja nunca de estar implicado el gran Clint Eastwood. Por eso fue que uno de sus referentes fuera: “Banderas de nuestros padres” (2006).
Nadie se detiene a pensar que con los hitos vienen las preguntas comprometidas. El caso del periodista impertinente que, en realidad, ansía tirar de un hilo de diferente color. Llevarse una historia distinta de la que fue a buscar. El personaje interpretado por Darío Grandinetti, a quien no se le exprime mucho su partido -tal vez por no hacer sombra a la trama- es un acercamiento a raciocinios controvertibles. Sacar la verdad a veces puede hacer el mal. Por eso también un profesional de la información tiene que saber a qué atenerse cuando continúa. Y este lo hace con gran maestría, mas poca verosimilitud.
En realidad, el accidente en sí tiene poco que aportarnos. He ahí donde se entienden las carencias presupuestarias. La primera incursión dentro del mar en la que solo se las ve a ellas prácticamente, con voces fuera de campo no está del todo lograda. Quizás sea por eso que la protagonista sea la que aconseje que hay que escuchar, en caso de que no se atisbe nada. ¿Acaso hace otra cosa que cuestionar precisamente lo que les sucedió a ellas? El cumplimiento de una labor ética, moral y conciudadana trae consigo una serie de vivencias pesadillescas que -como es en el caso real de la hermana pequeña- crean un lastre de por vida.
La contextualización gallega de los años 20, las imágenes con una composición esbelta y exquisita, del director de fotografía, Aitor Mantxola –“El fotógrafo de Mauthausen”- y el director de arte de la serie “Fariña”, Antonio Pereira, recrean una técnica impoluta, académica. Solo una gallega puede retratar tan bien ese amor por su tierra. Se nota que la autora de este metraje es una curtida documentalista por la manera y formalidad en la que lleva a la ficción un hecho histórico. “Me hacía ilusión hacer un thriller protagonizado por nuestras abuelas”, defiende. “Eran personas que tenían mucho encima”. Tal vez por eso las presente toscas e incluso ariscas en determinados momentos. ¿Por qué no pueden permitirse ser así y ha de mostrarlas de forma diferente?
El rodaje de la película, en el que tuvieron que enfrentarse a las desavenencias propias de un entorno más natural que urbano, el equipo sufrió las garrapatas de los caballos salvajes de San Vicente do Mar. Y es que fue allí donde encontró el gris que tanto ansiaba. “Estaba obsesionada por jugar con tonos oscuros en las ropas de ellas, pero que hubiera diferencias y matices”. Esto se percibe con exactitud en los contrastes de planos en los que aparecen las chicas con el periodista a quien, por otra parte, vistieron basándose en las fotos del famoso corresponsal que investigó los hechos cuando tuvieron lugar.
Así, este largo que nos recuerda a uno de los trabajos de Camus, en el que podemos encontrar similitud con un personaje con deficiencia mental y con este marqués y el capataz interpretado por Juan Diego. No obstante, este último quizás tenga más que ver con el personaje de Luis Callejo en “Intemperie” (Benito Zambrano, 2019). Un buen documento en el que cuestionarse quiénes son los salvajes o analfabetos, pero finalmente hacer explícitos los problemas internos propios del lugar. La importancia y el mérito de la caridad y esta entendida como solidaridad. Cuestionar un hecho histórico y lo que nos cuentan sobre él, lo que trasciende. Las consecuencias de los actos, las pulsiones o lo que nos lleva a cometer ciertas acciones, aunque estas estén maquilladas de otras funcionalidades. Quien mete las narices donde no le llaman puede encontrar la verdad y sufrirla, seguramente de quien trata de ocultarla.
Es digno de admirar que precisamente la actriz Nerea Barros -ganadora del Goya por “La isla mínima”, que tampoco se libra de encontrar parecidos con el desarrollo de este metraje- terminara de interpretar a una mujer salvadora para ponerse el EPI y ayudar como enfermera en estos tiempos tan turbios que vivimos. También ayuda a la credibilidad de la historia el comedido Aitor Luna –“La catedral del mar”-.
El equipo de Aleph Cinema también trajo “El ciudadano ilustre” (Mariano Cohn y Gastón Duprat, 2016), que ponía en juego el concepto de “Pueblo chico, infierno grande” que se menciona en “La isla de las mentiras”. Paula Cons, a la que conocíamos por sus documentales como “La batalla desconocida” (2017) o “El caso Diana Quer, 500 días” (2018), coescribe este guion junto a Luis Marías. El equipo contó con el trabajo de Rosa Estévez y Rosa Moledo, lingüistas de “Fariña”, así como el maquillaje y peluquería de Raquel Fidalgo o la diseñadora de vestuario Eva Camino.
Es una película que recoge un suceso muy relevante de nuestro pasado, lo trata con sutileza y sin artificios, se posa en un muy buen trabajo de las interpretaciones, que han sabido captar la esencia que les ha insuflado su autora. A ello hay que sumarle una desenvoltura técnica muy precisa con no gran factura. Resumen: después nos quejamos del cine español, pero es que vemos más bien poco.
Nuestra calificación: (4/5)
““When you don’t have to talk, well you talk; and when you have to talk, you don’t say anything”