MI VIDA A LOS SESENTA (2014) de Sigrid Hoerner
“Cuando menos te lo esperas, encontrarás lo que estás buscando”
Dicen los grandes expertos que la comedia es uno de los géneros más difíciles de llevar a la pantalla y, probablemente esta primera película de la “Novel” Sigrid Hoener (como directora es su debut, pero cuenta con una dilatada experiencia como productora de varios filmes alemanes) es un buen ejemplo para reforzar esta idea.
De una forma preliminar al ver el cartel de la película (no tiene misterio), el título, la sinopsis y por qué no, el estar en verano, que tiene un alto índice de ver nacer este género cinematográfico; uno piensa de una forma casi pecaminosa que se trata de otra comedia más para pasar unos entretenidos 90 minutos sin más y condenar al olvido o al ostracismo, como un periódico gratuito repartido en la calle, como tantas otras de su género, a esta película. Originariamente filmada en 2014 y estrenada en 2016, demuestra lo complicado de hacer una comedia venciendo esas barreras para que se pueda extraer algo de valor.
Someramente, el largometraje cuenta la historia de una mujer de 60 años, Luise, (interpretada por la actriz germana Iris Berben de una manera más que notable) en la actual Alemania, bióloga de profesión, que por desavenencias del pasado vive con su madre (buen papel de Carmen-Maja Antoni) y es jubilada por un jefe que deja patente que el mundo occidental está diseñado para que el hombre tenga familia y triunfe laboralmente a la vez y la mujer solo una de ambas cosas. En una de sus últimas visitas a su trabajo, tiene una trifurca a lo western de John Ford con la mujer de su jefe (que trabaja en su mismo laboratorio) cuando ésta le informa que va a tirar los óvulos que la protagonista guardaba desde hacía años atrás a raíz de un estudio de investigación y, con este pretexto aprovecha cual si tuviese un revólver Colt en mano, para decirle que no es capaz de cuidar ni de ella misma, por tanto menos de un hijo/a… lo que origina el deseo maternal surgido cual una supernova de Orión de la protagonista a los 60 años de edad. Biológicamente, esto no es posible sin un donante anónimo de esperma. De una forma paralela al guion, la futura madre se topa de forma fortuita en un paseo por el parque, debiendo socorrer a un tipo de 60 años, Frans, dueño de una galería de arte (papel realizado por Edgar Selge) que convive con una joven de 26. Este personaje representa el arquetipo del hombre maduro que se cree eternamente joven y usa un peluquín para esconder su progresivamente y natural caída de pelo e ir a escondidas al fisioterapeuta para que le trate la lumbalgia que tiene por experimentar posturas sexuales con su actual joven pareja. Con todo esto, el donante de semen que fecundaría el óvulo congelado de la protagonista es nada más y nada menos que el hijo de éste con una anterior pareja, quien le dobla en madurez mental. El cómo los caminos de unos y otros se van cruzando a lo largo de los 98 minutos de duración de la película, lo dejo para los que aún pretender ir al cine a verla, y van a seguir leyendo
Con todo esto, es complicado no caer en la tentación de encasillar el largometraje en una película absurda y de la que lo único que pretendemos sacar es alguna risa fácil y circunspecta.
Se descubre, sin embargo, una película ágil, fresca, agradable y por qué no, divertida en ciertos aspectos, aunque cae en algunos tópicos de la comedia, casi inevitables; que pone de manifiesto una serie de clichés que se han ido perpetuando a lo largo de los siglos hasta nuestros días y todavía nadie o al menos muy poca gente se ha atrevido a afrontar. Por un lado lo que queda más a la vista es la desigualdad de derechos en cuanto al hombre y a la mujer a tener hijos a la edad que deseen; o más bien, si se deben tener a una edad determinada (joven) y no a otra. Es decir, que más allá de las razones biológicas, si un hombre puede ser padre a edad avanzada que también pueda ser madre la mujer sin que se la mire de una forma peyorativa y a modo de tabú. Recordemos que tanto la directora como la guionista (Jane Ainscough) se les ocurrió hacer la película debido a un artículo publicado en “The Guardian” acerca de una mujer de 63 años que iba a ser madre.
Por otro lado sin recurrir al melodrama y a la pretensión la directora trata el manido tema de la idealización de la juventud y el no acople a una sencilla ley natural como es el paso de los años, sin recurrir al socorrido principio en este tipo de cine de “nunca es tarde para enamorarse”. Lo hace en cambio, sosteniendo que la vejez no tiene por qué dejar de lado disfrutar, sin caer en el hedonismo, además de hacer reflexionar al espectador sobre la etiqueta que el mundo desarrollado pone al individuo que habita en él: el individuo como producto. Significa, que el trabajo hace útil al ser humano y la jubilación, en cambio, condena a ver caer las hojas y marchitarse hasta morir. De una forma muy sencilla se lo dice la protagonista (Luise) al otro protagonista (Frans): “Tienes tanto miedo de envejecer que te avergüenza hacerlo”.
Para materializar estas cuestiones Sigrid Hoener, caricaturiza a los personajes; lo cual, puede llevar a malas interpretaciones, pero lo emplea para exponer todas estas ideas y hacer pensar al espectador sobre los muros que aún están por derribar en la “avanzada” sociedad actual. Al menos más allá del calor del verano y de alguna risa secundaria al humor superficial, tras esta hora y media, uno puede pensar más allá y extraer un mensaje; haciendo que el debut como directora de Hoener haya sido más que aceptable.
«When you least expect it, you will find what you’re looking for»