EL TIEMPO DE LOS MONSTRUOS (2015) de Félix Sabroso
“Lo que cuenta es el final”
Al libre albedrío. El llamado “cine dentro del cine” genera controversia por la dificultad de llegar al espectador, la cantidad de interpretaciones de sus historias y, sobre todo, la robustez de hacer calar una idea. En España este cine es muy desconocido, algunos se atreven con películas sueltas, pero para encontrar alguien que siempre realice esto habría que remontarse a Buñuel, y tal vez a una de sus grandes obras: “Viridiana”, a la cual te llevan muchas de las escenas de “El Tiempo de los Monstruos”. Se debe valorar positivamente el atrevimiento, aunque no se debe olvidar que todo va destinado a un público que debe interpretarlo y, en este caso, carece de facilidad para ello, ya que la complejidad no se queda en un inicio disparado, si no que va en aumento.
Víctor (Javier Cámara) reúne en su lecho de muerte a su grupo de confianza, ese que le ha acompañado en los rodajes de todas las películas. Ninguno de ellos sabe qué hace ahí, sin embargo tenían la obligación moral de asistir, y entre todos tratarán de encontrar el sentido a ese vídeo, que va creciendo hasta convertirse en una realidad. El comienzo denota un sentido del humor diferente, unas comidas donde el plato principal son las pastillas, un equipo de actores disparatados, un dentista normal que no entiende qué está haciendo en esa casa y unos criados que sabes que algo esconden, al más puro estilo “Cluedo”. El desarrollo de estos personajes dan pie a la primera interpretación, y la que creo más firme: cómo ve la sociedad a los integrantes de la cultura. Los actores y el director se ven imposibles, personas con autoestima por los suelos y una bipolaridad latente, sin embargo al dentista se le observa el comportamiento normal.
A medida que avanzan los minutos vas entendiendo todavía menos, y entonces se confluye en un súmmum delicado, aunque algo esperable, dirigido por los criados e interpretado por el resto. Esta sorpresa, en mi opinión, destruye lo que se había cosechado hasta el momento: una extravagancia al estilo de “Canino” (“Dogtooth”) de Yorgos Lantimos, con cierto hilo argumental aunque cercano a poca gente. A partir de ese giro los comportamientos distan de lo inicial, las relaciones se convierten en algo maquinado, y se van llenando los noventa minutos porque son obligatorios, pero sin sentido y con desgana. Es una pena observar el desfallecimiento, cuando esta sorpresa podría haberse desvelado más adelante y hubiera encajado mejor con el final.
Luis Buñuel estaría orgulloso durante la primera media hora con todos los detalles: la original presentación de los personajes, la fotografía fija de escenas como la comida (evocando a “la última cena”), la colocación de los actores en el plano y el suspense de la utilización de las pelucas. Sin embargo se desmotivaría al ver que no se pudo concluir positivamente, no se supo llevar la gran carga surrealista. Una obra donde cobra gran importancia el trabajo de los actores (al ser muy difícil convencer a la gente con el argumento), y de hecho es lo más positivo que saca el espectador, destacando impulsivamente a Candela Peña, que con su gran carrera labrada como actriz sigue sorprendiendo su variabilidad de registros.
Querer abarcar tanto sin centrarse en un punto es complicado, todavía más si no hay nada claro desde el principio, y si encima se desvela la sorpresa pronto… poco queda para el espectador. La “infraexplicación” tampoco ayuda, y las interpretaciones son eternas. Todo ello hacen de El tiempo de los monstruos un trabajo con dos partes muy diferenciadas, donde una es de notable alto y otra de suspenso bajo.
«What counts is the end»