CAPTURAR (LAS 1001 NOVIAS) (2017) de Fernando Merinero
“Película viva sobre fondo pútrido”
Partiendo del pequeño, no por ello menos importante, detalle de que Merinero se presenta icónicamente al espectador como único e insondable hacedor del producto fílmico a consumir -esto es, la obra arranca con la dichosa apostilla “una película viva (para más inri) de…”- el público no puede sino enfrentarse al siguiente pensamiento: “ya puede caerme bien este tal Merinero o me va a costar perdonarle el hecho de que entienda el cine como un arte sellado y copado por la figura autoral y no una expresión colectiva dirigida por un individuo”. Me cayó gordo.
Lo que arranca como una propuesta interesante, fresca, “viva” en definitiva como promete su “director” en los créditos, termina por marchitarse dejando entrever lo precario y rancio de los pilares sobre los que se asienta. Merinero abre el film, cual ente supremo, con un off en el que vierte la práctica totalidad de temas sobre los que versará su experimento cinematográfico, a saber: la “cultura” del “selfie” o el narcisismo brotado de la supuesta democratización digital. Posmodernismo, en resumidas cuentas. Todo esto al abrigo de un envoltorio HDV muy acorde con el fondo del “mockumentary”. Nada tenía por qué salir mal.
Soy un “ansias”, me hago cargo, pero no pude contenerme, tuve que desnudar rápido el filme, quitarle ese velo pomposo de artificio digital para ver qué albergaba su interior. Craso error. Al proceder de este modo, el espectador descubre lo chusco y pútrido del relato. La producción se erige entonces como una larga y “testosterónica” cháchara de bar a las dos de la madrugada. Un constante recordatorio de las habilidades amatorias de Merinero en el ocaso de su plenitud sexual. Por fortuna, la obra se rodea de actrices como Montse Berciano que no hacen sino paliar el derroche “pepito piscinero” de su autor.
«Alive film on putrid background»