EL DESTIERRO (2015) de Arturo Ruiz Serrano
“No somos ni rojos ni blancos”
La unión hace la fuerza. Escenario de guerra civil española, invierno, frío y mucha oscuridad. Así da comienzo “El destierro”, una película independiente española de la mano de un equipo prácticamente novato, con mucha calidad y con una historia muy digna que contar. Este es el tipo de cine que tanto cuesta llevar a cabo, con todo el trabajo que hay detrás, y cuyo reconocimiento debería ser mucho mayor por parte del espectador, pero para que así fuera debería estrenarse más allá de cuatro salas en España. Se agradece que los Cines Aragón de Valencia hayan apostado por ella, porque no es fácil atreverse con una película tan poco conocida para el público pero que, sin embargo, posee todas las cualidades para ser querida y reflexiva.
Silverio y Teo se conocen al ser destinados a un fortín de vigilancia en un lugar de las montañas. Su trabajo es observar la llegada de guardias o ataques enemigos, sin embargo las horas no pasan rápidas para ellos que, sin más remedio, deberán empezar a conocerse. Las creencias son opuestas, sus ideas respecto a la guerra también, sin embargo su lucha por sobrevivir confluye y lo que es una lucha de bandos se convierte en algo mucho más importante, y es la lucha por la supervivencia. Un día sus vidas giran cuando se encuentran a Zoska, una joven polaca que aparece moribunda al lado del río y, ante la ineptitud de tratar con una mujer, los conflictos crecerán entre ellos.
Con un planteamiento muy parecido a “Tangerines” (“Mandarinas”) de Zaza Urushadze, donde las relaciones intrapersonales son la base, el desarrollo se fragua en el frío cubículo y las conclusiones se dan en la primavera (importante la utilización de las estaciones, como se cambia el comportamiento según pasas de una a la otra). “El destierro” es una historia humana profunda, con una incitación al tratamiento más puro de amistad, un olvidar los ideales porque, por encima de todo, está la persona. Inicialmente la relación era tensa, sin embargo Zoska aparece para unir esta separación. La polaca, interpretada delicadamente por Monika Kowalska, aporta la dulzura necesaria para una familia, y convierte la que iba destinada a ser una película humana bélica en un drama de amistad donde esa historia está en una subtrama prácticamente inapreciable. De hecho, la esencia de la guerra se abandona hasta los minutos finales, donde se utilizan sus recursos para concluir admirablemente bien, pero sin abusar de ello más que para el suceso cumbre.
Teo (Joan Carles Suau) debe afrontar una de las situaciones más difíciles para un humano. Cuando toma una decisión se percata de su error y, gracias a su cristianismo, el cual prediga a lo largo de la obra, tiene lugar su penitencia. Sus sentimientos han sido traicionados por sí mismos, por lo que toma una decisión drástica, e inmediatamente se ennegrece la pantalla con los títulos de crédito. Inteligente película que está respaldada por una fotografía muy buena, resaltando el paisaje para contagiar la sensación de sus protagonistas, los cuales están muy bien dirigidos y poseen la calidad que debe tener un actor: convicción. No se queda atrás el resto del trabajo técnico, los pocos momentos de sonido que hay, encajan perfectamente y también la continua variación de recursos utilizados con la cámara. Los pocos actores secundarios que aparecen también aportan sustancia a la historia, de hecho es imposible destacar algún actor por encima del resto.
Reflexionad, pero no solamente con esta aventura por las montañas de Madrid, si no a que se debe que este tipo de cine, el cual parece lento pero sorprende por su agilidad, no tenga tanta repercusión como muchos otros trabajos, que son infinitamente peores y lleguen a tantas salas. Uno se siente un afortunado por haber disfrutado de una película intensa y llena de matices, una montaña de sentimientos y cambios de comportamiento. A la hora de culminar sus acciones, cada protagonista se acuerda de su pasado y que no debe actuar como un animal, si no como un humano. Un gran trabajo que merece la pena y del que, lo poco criticable, es observar algunos puntos inconclusos y que no terminan de explicarse. Sin embargo esto no emborrona el gran trabajo de su director, su trío actoral y todo el equipo técnico de la obra. Que no se enmascare esta película en “una más de la guerra civil”, porque esto es solamente una excusa para explicar las inquietudes que tiene el director. Qué mejor modo de romper el hielo, que ir al cine a ver “El destierro”.
«We’re neither red nor white»