LA CURA DEL BIENESTAR (2017) de Gore Verbinski
“No soy un paciente”
Después del (previsible) fracaso comercial que supuso una película tan ambiciosa como fallida como fue “El llanero solitario” (2013), parece que Gore Verbinski optó por desvincularse temporalmente de los megalómanos proyectos “blockbuster” de Jerry Bruckheimer y acercase más a ser ese director que, pese a haberse movido en películas de vocación claramente comercial había sabido al mismo tiempo dejar una impronta que le hacía ser, si no un autor (en el sentido heredado por la denominación “cahierista”), sí al menos un director con una cierta e interesante personalidad.
Escrita a cuatro manos junto a Justin Haythe, “La cura del bienestar” se aleja de los ambientes típicamente estadounidenses propios de las anteriores películas de Verbinski para remitir a cierta literatura culta europea de principios del siglo XX (desde “La montaña mágica” de Thomas Mann a “El castillo” de Franz Kafka, pasando por algunas pinceladas de terror gótico) y nos sitúa en un balneario situado en un enclave idílico al pie de los Alpes suizos en el que se desarrolla una terapia para curar, supuestamente, los males que atacan a nuestra civilización. La película empieza con un nada disimulado ataque contra la sociedad del capitalismo, el liberalismo y el consumismo, en la que el egoísmo, la ambición y la continua necesidad de imponerse a los demás a cualquier precio acaba generando una especie de enfermedad de la que es necesario curarse. Así, el protagonista es un joven ejecutivo que debe “rescatar” a su jefe de ese balneario para llevarlo de regreso a Nueva York y reincorporarlo a la rueda implacable del mundo capitalista.
Sin embargo, esta crítica al mundo en que vivimos queda rápidamente sustituida por un cambio de tono que sitúa la película a medio camino entre el thriller fantástico y el terror psicológico, ya que el protagonista se verá envuelto en una serie de circunstancias que le harán permanecer en el balneario más tiempo del esperado, y en el que empezará a confundir la realidad y la fantasía. Como sucediera en “Shutter Island” (Martin Scorsese, 2010), la investigación del protagonista le hace descubrir oscuros secretos del lugar. No obstante, aunque la comparación con el film de Scorsese parece inevitable (por algunos elementos argumentales y visuales, y también (por qué no) por el parecido más que razonable de Dane DeHaan con Leonardo DiCaprio, “Shutter Island” era un film mucho más congruente con su planteamiento, mientras que “La cura del bienestar”, aunque consigue crear una atmósfera malsana que sumerge al espectador en las mismas tribulaciones que a su protagonista, acaba derivando en su tramo final en algo que poco tiene que ver con lo que había apuntado en un principio.
Así, en lugar de haber cerrado el film en una escena que remite directamente al final del “1984” de George Orwell (y que hubiera sido un final redondo para la historia), Verbinski alarga el metraje en unos innecesarios veinte minutos finales en los que introduce elementos que habrían hecho las delicias del mismísimo Roger Corman. Así, aunque “La cura del bienestar” consigue destacar en la creación de ambientes turbios y en el esfuerzo de Verbinski por llevar a su terreno ciertos elementos del cine de terror, el hecho de introducir casi a capón maldiciones que se arrastran durante siglos, al “Mad doctor” y la pirotecnia final, la convierten en una película tan interesante y brillante en algunos momentos como irregular y deliciosamente fallida.
Nuestra calificación: (3/5)
«I am not a patient»