LA MEMORIA DEL AGUA (2015) de Matías Bize
“La única salida es el amor”
Ésta es una película de silencios, pero de esos silencios que cuentan más que veinte páginas de diálogos. De una tristeza enquistada, de dolor y de impotencia. De cómo la memoria o el no querer dejar de recordar hacen que dos personas que se aman, Amanda (Elena Anaya) y Javier (Benjamín Vicuña), no puedan superar la pérdida más dolorosa que pueda existir, que no puedan seguir adelante juntos y que su vida no vuelva a ser la misma.
Sin usar recursos tan manidos como los flashbacks, e incluso sin ni siquiera llegar a mencionarlo directamente, vas conociendo los hechos y las circunstancias de este dolor que sufren nuestros protagonistas y vemos las diferentes maneras que tienen de afrontarlo. Cómo luchan contra los recuerdos, cómo se enfrentan a la ausencia y a aceptar que todo sigue, que el mundo sigue girando ajeno al sufrimiento e insensible ante estas dos personas que, pese a quererse, se les hace imposible seguir por un mismo camino.
Asistimos fotograma a fotograma a la destrucción de esta pareja y, pese a que como he dicho antes los silencios marcan la tónica del film, en el momento que las palabras expresan lo que sienten te desgarran de una forma tremenda. Hacia el final de la película Elena Anaya deja patente todo su talento en un monólogo que desprende impotencia, dolor, y que te hace ponerte en la piel de Amanda y salir del cine con esa tristeza respirando por cada uno de tus poros.
La historia, pese a ser sencilla, está contada de una manera arriesgada, ya que es el espectador, poco a poco, el que va descubriendo lo que ha ocurrido solo viendo lo que va pasando y cómo les va afectando. Es decir, conocemos la historia a través de los sentimientos de los protagonistas. Además, pese a ser un relato desgarrador, en ningún momento es melodramático, no se recrea en lo morboso si no que muestra la complejidad de la superación de una pérdida. Sólo hay dos escenas, una protagonizada por Javier y Mónica (Silvia Marty) mientras ven una fotografía y la segunda donde Amanda, que es traductora, ha de traducir un congreso, donde en ambos casos han de volver a lo más oscuro de su memoria, y ahí sí, las lágrimas pueden aparecer en el espectador.
Si de algo peca la película es que se hace demasiado lenta. Para mí gusto, y soy de las que le gustan las películas lentas, necesita un poco más de ritmo. Y no me refiero a los silencios que hablan, que me parecen brillantes, si no a algunos planos que a mi entender están más bien de relleno o son excesivamente largos e innecesarios para el desarrollo de la trama.
Si estás un poco deprimido, sinceramente, no te aconsejo que vayas a ver esta película, porque así como otras películas trágicas al final sacan el lado positivo a modo de moraleja de que la vida es corta y que hay que vivir el momento, o te dejan un regusto de optimismo, no estamos ante ese caso. Puede que mínimamente lo intente, pero al salir de la sala, y por muy feliz que hayas entrado, el resultado es que el personaje de Elena Anaya te clava un dardo envenenado de tristeza que tardarás varias horas, sino días, en conseguir encontrar el antídoto.
“The only way out is love”