LOS CABALLEROS BLANCOS (2015) de Joachim Lafosse
“Somos una ONG, no lo olvidéis”
Cuando un espectador acude al cine a ver una película que trata principalmente de una “Organización No Gubernamental” y sus labores humanitarias en un país subdesarrollado, resulta difícil evitar una serie de ideas preconcebidas acerca de lo que será el largometraje. Generalizando, nos inclinaremos a pensar que habrá acción, altruismo, lágrimas, crueldad y condiciones paupérrimas de vida, y sobretodo humanismo y buena voluntad en su más pura esencia, cristalina como el rocío matutino.
“Los Caballeros Blancos”, el último filme estrenado en España del joven director belga Joachim Lafosse, ganador de la Concha de Plata al mejor director en el último festival de San Sebastián, da un giro y desenmascara muchos elementos hasta ahora, prácticamente inauditos en este tipo de películas. Además de estar basada, sin ser fiel íntegramente, en lo acontecido en 2007 con el caso del Arca de Noé.
Jacques Arnault (interpretado por Vincent Lindon), es el presidente de una ONG francesa (Move for Kids) cuya labor es sacar de Chad a un total de 300 niñas y niños huérfanos de guerra y llevarlos a Francia para que se les dé acogida en diferentes familias del país galo; viajando junto a la expedición la periodista Françoise Dubois (Valérie Donzelli) con el encargo de filmar todo con lo que tienen que enfrentarse para conseguir su objetivo. La misión (más que labor humanitaria) y sus personajes, se ven inmiscuidos en numerosos obstáculos de los que no pueden salir con los métodos convencionales y lícitos; sobrepasando los límites de la ética de cada miembro del equipo y generando así un conflicto individual y colectivo que no deja de lado a los propios habitantes del lugar.
Huyendo de lo lacrimógeno, Lafosse ha conseguido hacer llegar al público de una forma impactante, sin perder la compostura ni escudarse en la acción o la crudeza, lo angustiante que es llevar a cabo este tipo de labores en tales contextos. No sólo por el mero hecho de afrontar todas las vicisitudes que puede tener el equipo para cumplir la tarea, sino por la misma interacción con los habitantes de Chad: conseguir comunicarse con el poblado en plena algarabía para decir que no hay trabajo para todos, adquirir un método de transporte eficaz y seguro para viajar poblado por poblado buscando huérfanos, saber si realmente los niños tienen o no padres y su edad en ausencia de censo y registro civil o no saber si tus enemigos son los propios civiles o los rebeldes; son algunos de los obstáculos que tendrán que sobrepasar. El mismo espectador se plantea escena tras escena, ya que en su mayoría todas tienen una disputa o una situación delicada a resolver, cómo contraponerse a cada traba.
Sin embargo, lo más destacado no es que el director belga se haya centrado en la labor que hay en la sombra en este tipo de intervenciones, mostrando lo que realmente es y escapando de las situaciones idílicas a los que nos tienen acostumbrados. Lo que realmente impacta al que se sienta en la butaca, es la facilidad con la que se sobrepasa en este ambiente el límite entre el bien y el mal, planteando repetidamente de una manera intensa y visual la vieja premisa de “El fin justifica los medios”. Uno se sorprende a lo que hay que recurrir para que se cumpla el objetivo: mentiras, sobornos, falsificación… desmontando todo paraíso moral con el que se está familiarizado cuando se habla de misiones humanitarias.
Todo ello catapultado por una actuación del experimentado Vincent Lindon más que notable, dotando al papel de tensión e intención maquiavélica, y así esquivar centrarse en lo sensible; transmitiendo frialdad y falta de tacto en los momentos cruciales. Permitiendo, por tanto, empatizar e ir en la línea de una forma coordinada con lo que pretende el director, que no es nada más y nada menos que lo que ya ha hecho en anteriores largometrajes (“Private Lessons y “Perder la razón”) y que afirma: “Que los protagonistas conviertan en ley la idea de que hacen el bien y la aplican a los demás sin preocuparse de las consecuencias, otorgándose en este caso el derecho a salvar niños”.
Adornada de forma parca y angosta, pero correcta con una banda sonora electrónica más que interesante, la película de Lafosse no deja de ser otro conflicto al que somete al ser humano, en este caso usando una situación muy esquiva a la deshumanización y una marcada subjetividad, que el mismo realizador reconoce y además destaca por encima de muchas otras características del largo, afirmando que se negó a entrevistarse e incluso conocer a cualquier persona que estuvo mezclada en el caso real en el que se inspira. No usa el mundo de las misiones humanitarias como tapadera, es un eje fundamental de su trama y de su pretensión. Al acabar, uno no puede evitar pensar en que ni el propio universo de la cooperación se puede librar de los intereses personales. Dejando la duda al espectador, de que si en ciertos momentos y lugares haya que recurrir a la maquinación y enredo para conseguir el propósito final, por pura supervivencia o salvar el pellejo en el mismo abismo.
“We’re an NGO, remember?”