PÁJAROS DE VERANO (2018) de Ciro Guerra y Cristina Gallego
“- No quiero volver a soñar.
– Los sueños solo muestran la existencia del alma, no te preocupes”
Hay muy pocas cosas que recuerde tan bien como la escena de la brújula de “El abrazo de la serpiente” (2015). Lo cierto es que no se puede hablar de “Pájaros de verano” sin referenciar a su antecesora. Porque, más que nada, es la típica película que se te graba en la retina sin tú ser consciente de ello. No pasa justamente lo mismo con esta, pero sí algo parecido. Pero vayamos por partes.
La historia rescata el origen del narcotráfico en Colombia, un tema tan de actualidad en nuestros días. Se centra en los años 70, en los que se muestra cómo la sociedad americana y la cultura hippie de la época empiezan a consumir marihuana, ante lo que los agricultores locales ven una salida a su economía moderada. Este proceso, como es evidente, atañó a muchas familias, pero ‘Pájaros de verano’ cuenta la experiencia de una familia indígena wayuu que se ve expuesta a este comercio desmesurado.
Lo que más capta mi atención de la historia no es la avaricia, ni siquiera las ansias de poder. Lo más llamativo resulta, sin embargo, el conflicto interno de los personajes con respecto a la cultura ancestral que denotan con sus actos.
Y es que siguiendo muy de cerca la obra de Shakespeare, “MacBeth”, nos damos cuenta de que es una historia que se repite y que no suele terminar bien. Como ya sabéis, el teatro del inglés siempre se ha identificado como, además de misterioso, maldito. Al final es el ascenso de un hombre por métodos poco ortodoxos. Y eso nunca acaba de una manera honesta. Pero cómo plantearle eso a un pueblo que solo tiene la intención de prosperar e intuye que la forma más rápida es adaptarse a la intromisión de la cultura americana. Es más, nos muestra qué es el capitalismo y cómo se abre paso incluso entre las sociedades más arraigadas a sus propias costumbres.
Lo más insólito, a mi modo de escrutarlo, es que nos encontramos ante una película inesperada. Porque un pájaro se posa siempre en la superficie que mejor le venga. Si quieres conocer la parte más real de algo, has de bucear por aquello que escape del morbo y dé pocas opciones a la especulación. Tratar el tema del narcotráfico en Colombia puede parecer fácil. Ya lo han hecho muchos. Pero precisamente en este mundo sólo resulta fácil (si acaso) lo que nunca lo parece. En realidad, ¿qué es lo que ha llevado el narcotráfico a Colombia? Algo así como esto. Porque aquí no se habla tanto de cómo surge, matiz que es imprescindible para entenderlo, sino qué consecuencias se pagan aún con el estallido de este comercio sumergido.
Todo empieza con la primera gota de sangre. Ésa y no otra es la que hay que evitar a toda costa. Todo aquello que no puede controlarse termina convirtiéndose en una plaga, perfecta analogía también mostrada en el metraje, en la que se usan los cuerpos como fardos. Nada más acertado.
No se nos puede olvidar, no obstante, de que, al final de todo, es una película sobre la familia. Si hay familia, hay prestigio. Si hay familia, hay honor. Es imprescindible que, se tomen las decisiones que se tomen, los wayuu no olviden su origen. Ése y no otro es el comienzo de todo. Pues lo que se hace por la familia, a veces le pesa a la propia familia y, por supuesto, no siempre trae la paz. Los vínculos sanguíneos solo se desintegran desde dentro. Uno de los planos inolvidables de este documento audiovisual es esa explosión a lo lejos, porque cuando hay distancia, el fuego tarda más en quemar. Y, por supuesto, el humo termina tapándolo todo. De cualquier manera.
La pureza de los actores hace que podamos perdernos en su miseria sin hacernos preguntas. Que crezcamos con y por ellos, aunque auguremos que algo no va a salir bien. Una cultura de costumbres, férrea, en la que las muestras de autoridad están por encima de la moral o el respeto. Vivimos en una época violenta e incierta. Ellos seguirán uniéndose para defender lo que son, a pesar de que los errores en nombre de la familia hagan que no sea suficiente. Si matas la palabra, quebrantarás la ley. De ahí que tenga tanta importancia lo que no sucede, lo que solo transcurre en los sueños, que son los que anteceden que algo no va bien. Como esa abuela que muestra el camino a ningún lugar.
Algo que no se nos puede escapar es esa vuelta constante a la naturaleza, característica básica y determinante del director. La importancia de los animales. Cómo cambia todo mientras ellos siguen siendo los mismos. Siempre el sonido de las reses de fondo, que no se nos olvide de dónde venimos.
La parte técnica es inmejorable. Nos encontramos con un grupo de personas que tiene muy claro lo que hace. Ciro Guerra, director de “Los viajes del viento”, seleccionada por Colombia como candidata al Oscar 2010, de la que fue productora la codirectora de “Pájaros de verano”, Cristina Gallego. Ambos también trabajaron juntos en la ya mencionada “El abrazo de la serpiente” (2015), cuyo guionista Jacques Toulemonde repite en la que nos concierne aquí. La otra guionista, Maria Camila Arias, es la autora del libreto de otra gran película, “Candelaria” (Jhonny Hendrix Hinestroza, 2017). Esta coproducción Colombia-Dinamarca-México ha obtenido ya el V Premio Fénix del cine Iberoamericano, a mejor película, de las 9 nominaciones a las que ostentaba, incluyendo mejor actriz.
Pese a que Cristina Gallego aluda a que se trata de una reunión de historias, no de una ni de dos. Es una historia de clanes. Tal vez la historia más conocida fue la llevada a la literatura por Laura Restrepo, con “Leopardo al sol”, en la que se basa este largometraje. Pero hay muchas familias que se destruyeron en una época de falsa abundancia. Era muy importante saber lo que pasa en las sociedades matrilineales en las que las mujeres son tan fuertes política y económicamente, pero no dejan de estar silenciadas. Algo que queda perfectamente expuesto en este documento audiovisual.
Se basan en una documentación sociológicamente muy vasta y extensa. El 30% del equipo técnico fue wayuu, que supervisaba cada movimiento, asegurándose de ser fiel a la cultura que se representa. Esta historia coral habla sobre todo de la familia y sus relaciones internas, pero los artífices aseguran que bebe del western, del realismo mágico, del cine de gánsteres o de la tragedia griega.
También habría que mencionar que el 70-80% de la película está grabada en el idioma autóctono. Y es que los wayuu suponen un cuarto de millón de personas entre Colombia y Venezuela. Un grupo que no reconoce la autoridad del gobierno. Por eso era tan importante la integración en el relato. Buena parte de los actores no era profesional. Pero, además, “interesaban las historias de la parte de atrás, las de las cocinas, no la de los hombres que ensalzan las proezas de otros hombres”, como bien apunta Gallego.
En definitiva, esta película que surge durante la producción de “Los viajes del viento”, hace alrededor de diez años, queda incrustada en el corazón del espectador y da una lección de vida. De ahí que se grabara en un ambiente totalmente natural, expuesto a las condiciones adversas del clima. Porque de eso va todo esto, de que nos demos cuenta de que nos debemos más a lo que nos rodea que a nuestro propio beneficio.
Nuestra calificación: (4/5)
«- I don’t want to dream again.
– Dreams only show the existence of the soul, don’t worry»