DESTELLO BRAVÍO (2021) de Ainhoa Rodríguez
“Existe una narrativa de sistema hegemónico y salirte de eso significa casi mirar al abismo”
Un destello bravío inaugura Rotterdam. Bien pudiera ser ese que Ainhoa Rodríguez se propuso investigar. Para ello se trasladó a un pueblo de Cáceres, pues allí se daría este fenómeno, uno que dejaría sin memoria a la población. Qué preciosa paradoja. Pero la historia no salió. Falta de financiación. No es difícil de imaginar en nuestro país ese concepto.
Las ganas no menguaron. La cineasta ha trabajado dos años y medio en un proyecto tan personal como insólito. Una rara avis del séptimo arte para la que tuvo que mudarse nueve meses a este pueblo en el que acaece: Puebla de la Reina.
Allí seguimos las andanzas de Isa, que anda dejándose mensajes en su grabadora para cuando su memoria se ausente; Cita, una mujer que convive con los santos de los que ha llenado su morada; y María, que regresa al pueblo del que es oriunda. ¿Qué es lo que rodea a estas mujeres, además de a otras tantas? ‘Una población que se aferra a sus tradiciones, que ve en peligro de extinción sus costumbres y que aún espera a que suceda algo extraordinario’, como apunta la directora.
Hay varios puntos a reseñar de este viaje en el que nos embarcamos. Uno de ellos, bien pudiera ser su compromiso con la realidad, pero también con el propio cine. ‘Destello Bravío’ casi pudiera confeccionar una crónica de historias que han ido a terminar al momento en el que se nos muestra o, mucho mejor, se nos ha permitido estar en el inicio. En palabras de la propia cineasta, “muchas veces somos testigos de historias que sabemos cómo terminan, pero nunca vimos cómo empezaron. Y lo mismo sucede a la inversa”.
Otro de los elementos a tener en cuenta es la plasmación de la pérdida de identidad de un pueblo. Y cómo esto te lleva de la mano a plantearte cuál es el sentido de la vida. A menudo nos encontramos estancados en el recuerdo de una infancia a la que no le permitimos marcharse del todo. Pero, más aún, en este relato hay mujeres que sueñan. Y que se plantean abiertamente cuáles son sus apetencias sexuales. Porque, como bien aludió una de sus protagonistas en un encuentro: “Yo me acostaré con el que yo quiera, que para eso es mi cuerpo y mi persona”. Y, según continúa la directora: ‘si no aparece en el cine, se invisibiliza y parece que no existe’. ¿Por qué no recuerdo que este hecho se trate con asiduidad en el cine que hoy pueblan nuestras pantallas? Y aquí encontramos otro acierto más de la extremeña.
El fuera de campo es usado como herramienta clave, así como la utilización constante de los perfiles, de las espaldas, como si algunos personajes escondieran algo. La presencia constante de cuadros como ventanas a otro mundo. Ese clamor incesante de las palomas. Esa banda sonora psicodélica -obra de Paloma Peñarrubia y Alejandro Lévar- que se cuela por debajo de las uñas. Cuestiones como el abandono a los mayores o la importancia que se les concede a las vírgenes. Las habladurías o cómo salirse de lo ordinario te convierte precisamente en “una ordinaria”.
Este crisol de historias mundanas a las que somos ajenos y que golpean como si fueran parte de tu pasado. Las diferentes versiones del miedo, la fragmentación de Tarkovski, el existencialismo de “los que no piensan”. Voyeurs, masturbaciones. Lo grotesco está alzándose.
Este filme subversivo nos retrotrae a esa esencia buñuelesca -hasta en la vinculación a las procesiones-. Incluso, por la distinción de sus recursos y de la composición del relato, está más cerca de Lynch que de Vermut; sin embargo, sus pinceladas rememoran al enfoque del director de “Magical Girl”.
En un mundo en el que los ganchos se repiten una media de tres veces para que el público “pueda captarlos”, llega Rodríguez en una película que, sobre todo, sugiere. Ella misma reconoce que “este rodaje fue súper complicado, aunque regalaba momentos absolutamente grandiosos”. Y esto se debe a la materia prima usada. O, dicho de otra forma, a los actores naturales con los que siempre deseó trabajar. Y si bien es cierto que no existía un guion como tal, la cabeza de la cineasta estaba repleta de ideas que se iban desarrollando a medida que se enfrentaba a este pueblo en particular.
Hay que dejar constancia de que no se representa Extremadura, sino la Extremadura de Ainhoa Rodríguez. Una en la que quedarse. Aunque, como explica, “es una cinta en la que aparecen personajes que también pudieran haberse sacado del Barrio de Salamanca. Son identificables tanto en pueblos, como en ciudades”.
Guadalupe Gutiérrez, Carmen Valverde, Isabel María Mendoza, entre otros, se dejaron cautivar por la fotografía de Willy Jauregui en una película que se alzó en el Festival de Málaga con el Premio especial del Jurado y mejor montaje.
Concluimos con un llamado de la directora, quien cree firmemente que se sigue necesitando tanta independencia política como apoyo de las instituciones para seguir haciendo cine. Esperemos que así sea.
«Va a pasar un destello bravo, bravío, y todo va a cambiar…» Y, efectivamente, para Rodríguez, todo ha cambiado. Y nosotros se lo agradecemos.
Nuestra calificación: (5/5)