EL LADO OSCURO DEL CORAZÓN (1992) de Eliseo Subiela
“Si no saben volar, pierden el tiempo conmigo”
La poesía como motor del mundo. El verso como combustible cósmico. Menudo desastre. Imaginen por un momento un planeta gobernado por poetas y artistas en lugar de por políticos y tecnócratas. Insostenible, ¿verdad?
Más allá de la ironía, lo que subyace es una idea tan clara como perturbadora: la poesía es la sublimación del fracaso, del anhelo truncado y de la frustración. Palabras que se juntan en un acto de rebeldía contra los reveses de la vida. Un intento desesperado de dar sentido a lo absurdo de la existencia. Somos como pollos sin cabeza, condenados una y otra vez a repetir nuestros errores, a perpetuar nuestras miserias. La poesía, al fin y al cabo, no hace sino dar lustre a la mugre de nuestro deambular por el mundo. Es el arte más bello de los artes superfluos. Y como todo lo superfluo, al final, se convierte en absolutamente necesario.
“El lado oscuro del corazón” no es una película. Prescinde por completo de la lógica del relato, y en lugar de eso se despliega ante el espectador como un torrente de ideas, unas más felices que otras, sobre el amor y la muerte (¿acaso no es lo mismo?). Eliseo Subiela, el verso suelto del cine argentino de la segunda mitad del siglo XX, artista de corazón frágil (maravillosa -y macabra- coincidencia), se desdobla en el personaje de Oliverio (Darío Grandinetti), poeta maldito (¿acaso no lo son todos?) que deambula por Buenos Aires y Montevideo, entre pisos de alquiler y cabarets decadentes, enfundado en su gabardina negra, las manos inexorablemente metidas en los bolsillos creando una especie de imagen de ave nocturna, tan seductor como vulnerable.
Oliverio (Martínez) recita poemas de Oliverio (Girondo), ya sea para sacar algo de dinero en un semáforo, para poder llevarse un bocado al gaznate o para poner a prueba la capacidad aerodinámica de sus (incontables) conquistas. Oliverio (Martínez) utiliza un fragmento del “Espantapájaros” de Oliverio (Girondo) para remarcar que no le importa cómo sean las mujeres con las que se acuesta, mientras sean capaces de volar.
Porque la poesía de Girondo, como la de Gelman o la de Benedetti, como tanta poesía iberoamericana del XX, es la poesía del desgarro, del miedo al amor o, más bien, a la ausencia de este. El hombre, en este contexto, no tiene sentido sin su capacidad de seducir, de hacer de la poesía un instrumento para la conquista. El único pero que se le puede poner, veinticinco años después de su estreno, a “El lado oscuro del corazón”, es esa cierta tendencia a sublimar la visión masculina de la mujer como objeto de deseo y fuente de todas las penurias, reales o inventadas. Pero así es la poesía, expresión extrema de la contradicción y la miseria humana. La película, en su complicado equilibrio entre lo sublime y lo patético navega, como su protagonista, en un océano de aguas agitadas en las que el amor, si existe, solo se puede concebir en su vertiente más destructiva. Porque, si no nos consume, si no hace en nosotros un verdadero roto existencial, ¿merece de verdad la pena?
Nuestra calificación: (5/5)
“If she can’t fly, she’d better forget me”